jueves, 22 de agosto de 2019

Así comes... así te sientes


Lo dicen las últimas investigaciones: el intestino es nuestro segundo cerebro, capaz de regular nuestras emociones y estados de ánimo. 

 Nadie duda ya de que cuerpo y mente están conectados. Cuando nos sentimos tristes, cansados, melancólicos o apáticos, o cuando tenemos tendencia a la depresión, nuestro organismo lo acusa… y lo demuestra. Pero ¿sabías que el primero en darse cuenta de que tu mente está llena de preocupaciones es tu sistema digestivo? Si algo va mal te manda señales. ¿Cómo suele estar tu vientre? ¿Plano, vacío y limpio? Enhorabuena. Si no es así, el mensaje es claro y contundente: necesitas cuidarte un poco más. 

LIMPIA TU ORGANISMO 

 Los intestinos (grueso y delgado) cumplen una función fundamental en nuestro organismo, no sólo en el proceso de la digestión, sino también en la detoxificación y limpieza del mismo. Somos lo que comemos, sí, en parte; pero no sólo es importante elegir bien los alimentos, sino también cuidar el estado de nuestro sistema digestivo. De él depende que lo que ingerimos llegue hasta su destino final: las células que componen todos nuestros tejidos y que conforman nuestro cuerpo. 

 Para realizar bien su labor, el intestino cuenta con la ayuda de millones de bacterias amigas (cien veces el número de células que tiene nuestro cuerpo), que forman lo que denominamos flora intestinal, y que debemos mantener limpia. Para extraer y aprovechar todos los nutrientes de los alimentos, las paredes del intestino deben estar libres de residuos en sus múltiples pliegues. Un exceso de toxinas (conservantes en los embutidos, antibióticos y hormonas en la carne, fertilizantes e insecticidas en las frutas y verduras, y un sinfín de productos químicos presentes en nuestra alimentación), además de romper el equilibrio de la flora intestinal, acabarían pasando a nuestro sistema circulatorio. 

CUERPO Y MENTE EN PAZ 

 No es de extrañar que cuando sentimos el vientre cargado, o hinchado por el gas de la digestión, nuestro cuerpo en general se sienta pesado. Por influencia de las heces retenidas podemos sentir mal olor en el aliento, el sudor o la orina (todas ellas formas de eliminación de residuos), el pelo sucio y, en general, una acumulación de toxinas que empeora nuestro aspecto y nuestra higiene en general. 

 Pero no sólo eso: cuando nuestro sistema digestivo está sucio, nuestro cuerpo pierde flexibilidad y agilidad; nos cansamos antes físicamente. Y esos mismos efectos se traducen mentalmente en una especie de apatía, desgana y lentitud de pensamiento. 

 Asimismo podemos sentir tendencia a la tristeza o a la depresión, impaciencia e irritabilidad. Malestar, en suma: emocional, físico y mental. Y, al contrario, el relax y la creatividad hacen que nuestro organismo se desbloquee, favoreciendo una más fácil limpieza de los intestinos. 

UN ALMACÉN DE ENERGÍA 

 Numerosas investigaciones a lo largo de las dos últimas décadas han permitido explicar científicamente lo que culturas milenarias ya sabían: que en nuestro abdomen (hara) se encuentra uno de los centros de energía más poderosos de nuestro organismo. Se ha descubierto, entre otras cosas, que en el intestino se produce entre el 70 y el 80 por ciento de las células inmunitarias del organismo, encargadas de protegernos contra las enfermedades y, en definitiva, de garantizar nuestra salud. 

EL VIENTRE, TU SEGUNDO CEREBRO 

 También sabemos que el intestino alberga una compleja red de neurotransmisores y otras moléculas idénticas a las del cerebro, como la serotonina (favorecedora de la contracción del tracto digestivo), la adrenalina (de la excitación y la actividad) o la melatonina (de la vida y el crecimiento). Hoy sabemos que una producción adecuada de hormonas del bienestar nos hace ver la vida en positivo y nos permite valorar y disfrutar lo que tenemos: sólo desde esta posición es posible pensar con lucidez. 

 En definitiva, el intestino es estructural y neuroquímicamente un segundo cerebro, conectado directamente al encéfalo a través de lo que se conoce como el “nervio vago” o neumogástrico. Uno de los principales estudiosos del tema es Michael D. Gershon. Este especialista comparte opinión con Pierre Pallardy, que define así la sabiduría del vientre: “tratando el vientre y restableciendo sus funciones alteradas o modificadas se ejerce una acción benéfica, relajante y curativa sobre el conjunto de los trastornos físicos y psicológicos del paciente”. 

LA NEUROGASTROENTEROLOGÍA 

 La conexión entre el intestino y las emociones ha dado lugar a la aparición de una nueva disciplina conocida como “neurogastroenterología”, que estudia la vida neuronal que reside en el vientre (los grandes laboratorios farmacéuticos ya lo están estudiando); y recientes investigaciones llevadas a cabo en Canadá han demostrado que en nuestros intestinos, al igual que en nuestro cerebro, se encierra un archivo bastante completo de nuestra historia emocional. ¡Es posible que en un futuro cercano exista una auténtica psicoterapia centrada en el abdomen! 

 Estos recientes descubrimientos coinciden con ciertas tradiciones orientales que sitúan en el vientre el centro de la vida, el origen y motor de la energía, hasta el punto de que no se concibe un estado de serenidad, ni mucho menos el acceso a una vida plena y feliz, sin un abdomen fuerte, limpio y saludable. 

 Está claro que las comunicaciones neuronales (eléctricas y químicas) funcionan con mayor rapidez y eficacia cuando llevamos una buena higiene intestinal y, en consecuencia, nuestra vida psíquica funciona mejor. También pensamos desde el vientre, sin duda, porque los intestinos constituyen un poderoso centro de regulación del bienestar. Si el corazón es el motor que mantiene la sangre en circulación (el río que transporta los nutrientes y barre los desechos), los intestinos constituyen uno de los centros de abastecimiento (junto con los pulmones) y son el principal regulador de nuestra salud emocional.

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